Un votante del PP es aquel o aquella que se levanta y empieza a pensar en joder al prójimo. Es católico. Le reza a ese Dios de arriba hasta cuando no pone un padrenuestro en sus labios. Un votante del PP se siente millonario y está dispuesto a lo que sea para aplastar a los pobres. Se alegra cuando pasa por delante de sus Cáritas y ve una cola. Él o ella ha marcado la casilla de la Iglesia Católica más esa otra casilla de los fines sociales donde han metido a la ONG de la Iglesia vaticana para chupar más del Estado.
Son personas, los votantes del PP, a las que la suerte les sonríe. Suele ocurrirles a las malas personas. Cuanto peores son, más suerte tienen. No quedan sin trabajo porque echan para el paro a los compañeros que haga falta con tal de conservar la nómina. Ellos son los mejores. Son tan imprescindibles que de no existir en las empresas muchas no estarían medio quebradas. Les gusta a los votantes del PP trabajar en la banca. Muchos se forraron vendiendo preferentes a los viejos. Los hay emprendedores. Esos son los mejores del rebaño de Rajoy. Les conceden cuanta subvención se inventa en las Administraciones del Estado para apoyar a esas pymes que supuestamente nos sacarán a todos del paro. No sé si sacan a alguien que no sea de la tribu de la derecha, pero lo que sí sé es que llevan mucho dinero a Suiza. No sólo Bárcenas tiene dinero en el país helvético.
No sigo describiendo a los votantes del PP para no vomitar el desayuno que todavía no he comido. Me miro al espejo y me digo que soy un mierdas del PP. ¡Qué asco!